Israel Pide Rey


Israel Pide Rey

En el primer libro de Samuel, capítulo 8, se narra el momento en que el pueblo de Israel le presentó al profeta su deseo de tener un rey. Constitúyenos  ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones.  Hasta ese día Israel había tenido un gobierno teocrático.  Dios les gobernaba directamente a través de sus delegados quienes le consultaban todas sus decisiones y dirigían al pueblo en la voluntad de Dios.
Desde el día que llamó a Abraham, mandándole a salir de su tierra y de su parentela, le prometió llevarlo a una tierra buena donde bendeciría su descendencia.  Abraham fue obediente.  Salió de Ur, siguiendo el mandato de Dios.  Luego Dios le dio un hijo, Isaac, padre de Jacob.  Dios les iba dirigiendo paso a paso.
Jacob con gran esfuerzo conquistó su primogenitura, se casó y tuvo doce hijos quienes se multiplicaron y cuyos nombres llevaron las doce tribus de Israel.
En un episodio, llevados de los celos, los hijos de Jacob vendieron a su hermano José a unos comerciantes de Egipto.  Guiado de la mano de Dios, José llegó a ser gobernador de Egipto,  segundo en mando después de Faraón, y con visión y habilidad como planificador salvó a Egipto y a la casa de Jacob de una muerte por hambre. Cuando se revela como José, en su última reunión con ellos,
Pero Israel no esa el único pueblo en la tierra.  Tenía vecinos poderosos, cuyo gobierno era monárquico.  Tenían un rey.  Un día Israel quitó los ojos de Dios y miró a sus vecinos.  Vio lo que sus ojos naturales quisieron ver:  un rey, una corona orlada de piedras preciosas, brillantes, oropel,  ...mascaradas.  Y se olvidó que ellos tenían el Rey y el oro puro.  La envidia mordió sus mentes.  El deseo de ser como las demás naciones se hizo fuerte.  No querían ser diferentes.  Sus mentes borró el momento en que Dios les habló diciéndoles: Porque tu eres pueblo santo para Jehová, tu Dios.  Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos de la tierra.  No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos, sino por cuanto Jehová os amó y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre  (Dt. 7:6-8).
Os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios, y vosotros sabréis que Yo soy Jehová vuestro Dios"  (Exodo 6: 7 a). 
Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará, y andaré entre vosotros, y Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo  (Levítico 26: 12).
Israel no atesoró estas palabras.  Y en su deseo de ser como las demás naciones, hasta se olvidó de una promesa que Dios les había hecho sobre el particular.
Fueron donde el profeta Samuel, quien era el representante de Dios en el pueblo, diciendo:  Constitúyenos un rey, un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones.  Samuel consultó a Jehová y recibió de El, el advertirle al pueblo lo que sucedería cuando tuvieran un rey.  Y le aseguró que ...no te han desechado a ti, sino a mi me han desechado para que no reine sobre ellos (1 Samuel 8:7).  El profeta les transmitió el mensaje. Pero ellos insistieron en que querían un rey.  Dános un rey.  Queremos ser como las demás naciones. Insistieron.  Ya sus corazones se habían convertido  a las naciones.  Ya estaban decididos a cambiar el oro que poseían por el oropel que llenaba sus ojos.
La motivación de esa demanda no nació del corazón con propósito de mejorar su calidad de vida y de tener un gobierno visible, organizado por ellos, sino que nació del deseo de ser como las demás naciones.  Habían dejado a Dios.  Estaban mirando la tierra. Los que miran la tierra, doblan sus cabezas, siguen doblando el cuerpo, y terminan todos doblados, cansados, agotados, ciegos, inutilizados.  Porque habían pedido rey sin consultar ni escuchar a Dios, habían contaminado esa preciosa relación con su Rey.
Y no es que tener un rey fuera malo.  En la economía de Dios estaba darle un rey en su divino tiempo.  Los había estado preparando para ello, através del gobierno teocrático por delegación.  Pero aún no estaban listos.  Dios les había prometido que ciertamente pondrás un rey sobre ti, al que Jehová tu Dios escogiere.  Ese rey tendría unas características especiales, a saber:  no será ambicioso,  no se engrandecerá sobre sus hermanos, estudiará diariamente mi ley,  temerá a Dios,  no se apartará de mis mandatos a diestra ni a siniestra (Dt. 17: 15-20).
El pueblo ya estaba contaminado. Constitúyenos un rey.  Queremos  un rey  y  ser  como las naciones que nos rodean.  Ese deseo pecaminoso de ser como las demás naciones evidencian su condición. Ellos no podían ser como las demás naciones, pecadoras, que no conocían al Supremo Rey. 
En la Biblia muchas veces se usa el término naciones para referirse a los pecadores.  Israel era un pueblo escogido por Dios, separados  precisamente para ser portavoz de Dios, su Rey, ante las naciones.  Su separación privilegiada les obligaba a ser ejemplo y no copiadores; a ser líderes y no seguidores.  Era su deber mantenerse puros,  sin contaminarse.  Era su responsabilidad ante Dios ser luz para que las naciones se convirtieran a ellos y no ellos a las naciones.
No fue un pueblo sabio, entendido.  Guardaban la ley, pero pasaron por alto el espíritu de la ley,  y el propósito de  la  ley.  No supieron  discernir los tiempos y las señales.  Perdieron la visión.
Dios le dijo a Samuel que aprobara la petición, y les estableciera un rey como el pueblo quería de acuerdo a los parámetros del pueblo.  Y escogieron a Saúl.  Las características de Saúl no correspondían a las que había delineado Dios en el pasaje de Deuteronomio ya citado.  Saúl era joven, hermoso y muy alto, tanto que sobresalía por encima de los otros hombres  (1 Samuel 9: 1-2).

Todavía a las congregaciones actuales les gusta tener pastores jóvenes,  hermosos  y altos, con todo lo que ello significa.  La vejez sigue siendo discriminada y considerada incapaz de gobernar.  Y si además de jóvenes, son hermosos,  mucho  mejor.  Dios había dicho que el rey debía ser honrado, humilde, dedicado a  gobernar conforme  al  mandamiento Suyo,  que  no debía elevar su corazón sobre sus hermanos y que no debía ser ambicioso.  ¡Que diferencia!, ¿verdad?  Los hombres se dejan atraer por lo físico, buscan cualidades sensoriales. Dios presenta cualidades del espíritu.  No es que el hecho de ser joven, hermoso y  alto incapaciten al hombre para gobernar,  pero la superficialidad de los requisitos  se convierten en un riesgo.
Así fue.  Saúl fue en sus comienzos un buen rey.  Trabajó por su pueblo, peleó para defenderlo, conquistó naciones, engrandeció a Israel.  Todo iba bien excepto por una cosa.  Fue elegido conforme a los requisitos del pueblo de abajo sin la dirección de Dios.  Y llegó un día en que Saúl se contaminó con las naciones alrededor, mezclo su fe con la de ellos,  vino la tentación, y pecó (1 S. 15: 1-23).
Y dijo Dios: Se acabó el capricho de Israel.  Vuelvo a tomar a mi pueblo.  Escogió a David conforme a su corazón.  Este era joven y  hermoso, pero era pastor de ovejas.  Adquirió la sabiduría que da la experiencia y el contacto con Dios.  David no miraba a la tierra.  Miraba al cielo y podía leer las señales.  ¿Muchas nubes? Llevaba su rebaño a lugar seguro.  ¿Aires huracanados?  A conducir las ovejas al redil.  Las adiestraba, las llevaba a aguas de reposo.  Por eso, estaba capacitado para pastorear su pueblo.  Y fue electo por Dios desde arriba.

Y en otro día, siglos después, en una pequeña aldea, Belén, encarnó el Rey y Señor de Señores - Jesús.  vino en misión especial:  la de reconciliar al hombre con Dios.  Se dejó matar y resucitó al tercer día.  Luego se formó un cuerpo: la iglesia.  Ese cuerpo es el pueblo del Señor, las ovejas de su prado.

¿Cómo es esa iglesia que Cristo estableció con su propia sangre? ¿Cómo va a vivir en este mundo sin ser del mundo?  Como Israel, es un pueblo diferente.  Esta en el mundo, Pero no es del mundo, como afirma Jesús en la oración intercesoria en Juan 17.
Este pueblo tiene un compromiso con Dios.  Para cumplir con la responsabilidad que le fue dada, tiene que someterse a Dios.  Es una iglesia que habiendo entrado por la Puerta que es Cristo, ha de seguir por el Camino que es Cristo, ha de atesorar y guardar la Verdad que es Cristo, para tener y vivir la Vida que es Cristo. Es una iglesia  teocéntrica en la que el mismo Dios llama a los obreros a su servicio y demanda que se le consulte, se le escuche y se ejecute sus mandamientos.  Para ello nos dejó la Palabra escrita que nos conduce a conocerloporque ellas son las que dan testimonio de Mi  (Juan 5: 39). Y es el principal instrumento de comunicación con El.  La oración también es otro vehículo para dialogar con nuestro Rey y para recibir dirección de El.

Dios  quiere  una  iglesia  pura,  iglesia que no toque lo inmundo (2 Co. 6: 17);  una iglesia que mire y busque lascosas de arriba y no las de la tierra  (Colosenses 3: 1-2);  una iglesia de resucitados en Cristo;  una iglesia que se reúna a alabar y a exaltar y a adorar al Rey;  una iglesia donde el amor fluya, donde la paz, la  amistad  y  el amor estén presentes en todo tiempo.
Por todo eso, la iglesia de Señor recibe sus directrices de Dios. Y no puede ser como las demás naciones, porque fue llamada a ser luz,  y ¿cómo la luz se va a ir tras las tinieblas?  Entonces, no podrá ser luz que disipe las tinieblas, que es su responsabilidad.  ¿Cómo va a llevar la claridad para abrir los ojos de los hombres para que vean y conozcan a Dios?  Si se convierte al mundo, si quiere ser como ellos, se  invalida para su misión.

En Ezequiel 20: 32-36, Dios le dice al pueblo que no puede ser como las demás naciones, y si se van tras ellas, El lo sacará y lo llevará al desierto y allí litigará con ese pueblo hasta hacerlo razonar y regresar a su Dios.
En el capítulo 15 del evangelio de Juan, verso 19, dice Jesús:  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.  Dios estableció su iglesia sacando a los suyos del mundo, de las naciones,.  Si salimos de allí,  ¿por qué habríamos de volver los ojos a ella?
La palabra iglesia viene de dos palabras griegas:  ek -  que quiere decir salir de; y klesia - que quiere decir llamados.  Iglesia es pues ekklesia y quiere decir llamados a salir. ¡Dios nos mandó a salir, a apartarnos del mundo! ¡Nos colocó en Cristo!  ¡Cristo es el muro de fuego que nos separa de las naciones!

¿Por qué, entonces, la iglesia ha querido traer el mundo a la iglesia?  ¿Es que creemos que Dios no tiene suficiente poder para atraer a los pecadores y que se salven?  ¿Es que ingenuamente creemos que añadiendo elementos del mundo, a veces paganos, vamos a atraer los jóvenes a Cristo?
Veamos al mundo con los ojos de Dios:  un mundo que no tiene nada que ofrecer a la iglesia cristiana.  Vivimos aquí, pero no podemos convivir con el mundo.  ¿Qué puede ofrecernos el mundo para añadirlo a la vida en las alturas reales adónde Dios nos llevó?
Fuimos dejados en esta tierra porque Dios en su misericordia quiere que seamos testigos suyos, que prediquemos su palabra de salvación.  Siendo luz, vamos al mundo a alumbrar y a dar calor pero sin contaminarnos, sin que deseemos copiar sus estrategias, sus sistemas y traerlos a la iglesia.  Lo mismo que a los israelitas, Dios nos llama a ser líderes, no seguidores, portadores de Su Palabra y de Su Hacer, no copiadores.
Nosotros hemos sido separados para Cristo.  Repito:  somos luces que reflejamos Su luz.  Y si la luz pierde su poder y se mezcla con las tinieblas, deja de ser luz.  Tiene que ser luz que disipe, que eche fuera las tinieblas.
La iglesia tiene sus propias fiestas, más aún, su fiesta:  ¡Cristo!  En El somos y nos movemos.  Recuerdo que hasta hace algunos años, muchas iglesias celebraban Halloween, una horrible fiesta pagana.  Y tenían casas de brujas, y disfraces y todo lo que se usa en esa fiesta.  Gracias a Dios porque un día oyeron la voz del Rey y suspendieron la práctica.  Lo hacían con la intención de mantener a los niños y a los jóvenes en la iglesia.  ¿En qué iglesia?  En esa noche el templo se convertía en un templo pagano.  Y no es en el templo pagano donde queremos a nuestros niños y jóvenes.
Hagamos las obras de Dios, no las nuestras.  No le demos gusto a la carne, ni a los ojos y oídos de la carne. Dejemos que el Espíritu Santo nos llene de su poder para testificar de "lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos oído, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, porque la vida fue manifestada y la hemos visto  (1 Juan 1: 1-4).
No necesitamos recursos del mundo.  No debemos imitarlo, ni traer sus métodos a la iglesia.  No hablo de evadirlo, hablo de salir del mundo y confrontarlo con la Verdad, con el Cristo Salvador y Señor.  Predicar la Palabra con nuestra vida, con nuestros actos, con nuestras palabras: puras, no mezcladas sin estrategias mundanas.  ¡No!  Definitivamente no vamos a traer a la iglesia recursos teatrales importados de Roma, Grecia y otras culturas.  No nos reunimos para deleitarnos en espectáculos sensoriales.  Es urgente que la iglesia se detenga ya, y empiece por preguntarse si al Señor le gusta lo que se ve en algunos templos.
¿Es agradable al Señor que se sustituya la intercesión, la consejería con terapias psiquiátricas y psicológicas?  Esto tiene un lugar y un propósito pero no puede reemplazar la intervención divina.
¿Enseñar a danzar en el Espíritu?  ¿Escuelas de ballets en las iglesias?  ¿Payasos?  ¿Mimos?  ¿Por qué?  ¿Para qué?  ¿No nos ha dado el Señor la libertad para levantar los brazos, mover los pies, batir las manos, danzar en el Espíritu?  Sin necesidad de estímulos externos que en la mayoría de los casos solo logran que la congregación fije los ojos en ellos, ¿y no vean al Señor?  ¿O que se alerten los sentidos naturales y las emociones invadan a los creyentes?
No, es sensato discernir lo santo de lo profano.  Es que el culto, la adoración corporal a Dios se dé en un ambiente espiritual, puro, libre de estímulos naturales.
Lo que la iglesia de hoy necesita es un derramamiento del Espíritu Santo, un derramamiento de poder que llene a todos los miembros de la congregación.
¡Vamos a levantar los ojos al cielo!  ¡Vamos a subir hasta el Lugar Santo del Señor!  ¡Y vamos a levantar  nuestras vasijas para que el Espíritu Santo las llene de su aceite!  ¡Y vamos a ver que allí en las alturas reales, caeremos postrados en la presencia de Dios y nuestros espíritus entonaran cánticos de alabanza y adoración al Señor! 
¡Y quizás dancemos y saltemos de gozo, y nos desbordemos en cántico celeste! ¡Amén!

Ana Picart

Comentarios